No cambies nunca… o sí

No cambies nunca… o sí

Psicología y cambio

Psicología y cambio.

 

Uno de los fenómenos que se ven en las sesiones de terapia con cierta asiduidad es lo que los psicólogos llamamos “resistencia al tratamiento”. Si bien se puede producir en otras ramas sanitarias, en psicología es más habitual.
El nombre del concepto es, en sí mismo, una descripción perfecta de lo que ocurre: el paciente crea una barrera psicológica y no hace caso de las indicaciones del terapeuta, impidiendo lograr una mejoría.
Las razones por las que esto ocurre pueden ser varias. En algunos casos, la persona se siente muy intimidada por cambiar al pensar que dichos cambios pueden traerle consecuencias negativas en algunos aspectos de su vida que él considera que ya están bien.
Otras veces, perciben las propuestas del psicólogo tan “grandes”, que un sentimiento de impotencia les invade y deciden no intentarlo por miedo al fracaso. También pueden sentir cierta incomodidad a la hora de hacerse consciente de ciertas partes de su personalidad que no le gustan. Así que evitan entrar en esos aspectos dificultando la mejoría.
Estos motivos pueden darse de manera individual o combinándose los unos con los otros. Pero hay otra razón que suele ser la más significativa cuando se produce este fenómeno, el refuerzo secundario.
Existe una máxima dentro de la psicología conductista que dice que toda conducta se mantiene porque consigue algo beneficioso para la persona. El problema es que, a veces, hay comportamientos claramente nocivos que nos traen algo bueno. Aunque ese “bueno” sea muy pequeño en comparación con lo “malo”, es suficiente para que repitamos esa conducta una y otra vez.
Te ponemos un ejemplo. El hecho de fumar es, claramente, una acción perjudicial, pero hay personas que no pueden dejar de hacerlo ¿A qué se debe esto? Muy sencillo, a que consiguen una satisfacción inmediata cuando el humo entra en su cuerpo. Y da lo mismo que esa sensación de bienestar se convierta a la larga en problemas de salud. Es suficiente para perpetuar la conducta de fumar.
Lo mismo puede ocurrir con alguien que padezca otra alteración emocional. La depresión, por ejemplo, es un estado muy desagradable pero puede que, gracias a ella, el afectado consiga más atención de su pareja a hijos. Ese sería el refuerzo secundario.
Una persona con ansiedad generalizada podría evitar a toda costa cualquier enfrentamiento con sus compañeros de trabajo. Una actitud del todo perjudicial, pero esa misma conducta —o ausencia de ella— conseguiría que todo el mundo la tratase con más cariño. Ahí encontraríamos el refuerzo secundario en este caso.
El mayor problema a la hora de vencer los efectos negativos del refuerzo secundario es que, muchas veces, la persona no es consciente de él. Y solo sugerirle que puede estar haciendo eso sin darse cuenta, le parece una idea tan desagradable que le pone a la defensiva contra el tratamiento. Por ello. Hay que ser muy cuidadoso sobre cómo y cuándo tratar este tema.
Por otro lado, todo tratamiento psicológico busca un cambio y cambiar es más incómodo que seguir haciendo lo de siempre. Así que, de primeras, la mejoría va a implicar salir de la comodidad establecida. Es decir, negar el beneficio inmediato. Eso cuesta cierto esfuerzo.
Pero, como dijo un conocido psicoterapeuta, hay una gran diferencia entre querer ser astronauta o tomar la firme decisión de ser astronauta. El primer caso no implica nada, podrías quedarte tirado en el sofá de tu casa viendo películas de naves espaciales, pero acabarías igual que como estás. Sin embargo, tomar la firme decisión de ser astronauta conlleva realizar acciones encaminadas a un objetivo concreto… ¡habría que ir a la NASA a preguntar!

 

Psicox, tus psicólogos en Bilbao.

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